26 de diciembre de 2008

Necesidades como fuente de derecho


"Somos los Tres Grandes. No necesitamos competir."

...

¿Somos mayoría, no necesitamos llevar razón..?


César

20 de diciembre de 2008

Sobre el derecho positivo y fundamental a la educación


Aclaraciones previas:

1. El término educación es recurrentemente
utilizado por los políticos (y otros muchos “despistados”) como sinónimo encubierto de instrucción. Digo encubierto ya que si le pedimos a un político o “pedagócrata” (pedagogo y burócrata) que enumere las principales funciones de la instrucción pública, nos dirá: enseñar... aunque también educar (es entonces cuando diferencia conceptos). De hecho, estaría de acuerdo con la respuesta en su conjunto si no fuera por un gran e importantísimo matiz: educar además de enseñar sí... pero siempre desde una perspectiva unificante y complementadora con respecto a aquella adoptada por los propios padres. Y aunque no niegue que a veces la educación paterna sea insuficiente, cuando no, casi inexistente, sólo podría darse algo parecido a ésto último si la elección de centro (y por tanto la respectiva concepción de lo que debe ser instruir o educar) fuera auténticamente libre.

2. Derecho positivo será interpretado en este comentario no como aquel derecho perteneciente al iuspositivismo (creado por el ser humano) en contraposición al iusnaturalismo (derechos presuntamente previos o “inherentes” a la condición humana); sino más bien como aquel derecho que implica obligar a los demás a que le posibiliten a uno mismo el “acceso” de facto a algo, en contraposición al derecho negativo que implicaría únicamente el “no ser molestado”.

De estas dos aclaraciones previas se deducen dos cosas fundamentales:

1. El derecho a la educación, interpretada como enseñanza (y algo más) obligatoria e institucionalizada, implicaría como derecho positivo que hemos dicho que es, que terceras personas debieran obligatoriamente realizar X cosas en pos de su cumplimiento. Hoy día, lo más normal sería “colaborar” vía pago de impuestos, ya que aunque mucha gente lo niegue, todo tiene un precio y ya sabemos que el Estado tiene ciertas facilidades a la hora de fijar arbitrariamente precios, salarios, tasas etc.

2. Pretender concederle la categoría de derecho iusnatural al derecho a la educación, como es su inclusión en la Declaración de Derechos Humanos (artículo 26), significa violar de manera sistemática y automática otros derechos recogidos en esa misma declaración, como son el derecho a la no servidumbre involuntaria (art. 4), a no ser robado (art. 17) y en definitiva a la libertad (art. 3). Nótese que estos últimos derechos son de carácter negativo.

Pasemos ahora al análisis de este “conflicto” de derechos educativos. Analicemos pormenorizadamente el artículo 26 de la declaración dividido a su vez en tres puntos:

Primer punto: “Toda persona tiene derecho a la educación.” Bien, sin novedad. “La educación debe ser gratuita…”: lo suyo sería hablar de aparente o falsa gratuidad ya que los impuestos son un gravamen, no lo olvidemos. Ese "debe" implica además (y como ya hemos dicho) obligar a otras terceras personas. “…al menos en lo concerniente a la instrucción elemental y fundamental”: aquí saltamos por arte de magia a la concepción instructiva de la educación… es, cuanto menos, sospechoso. “La instrucción elemental será obligatoria.”: el derecho a la educación no sólo obliga a terceras personas, sino a uno mismo también. Es como si el “tienes derecho a permanecer en silencio” se convirtiera así como por arte de magia en un “y no hables que te multo”… “y no sigas que te caneo”. “La instrucción técnica y profesional habrá de ser generalizada; el acceso a los estudios superiores será igual para todos, en función de los méritos respectivos”. Este fragmento es el paradigma del "pifostio igualitario" ya que aceptar el “como igual para todos en base a los méritos” implica el haber “igualado” eficazmente a todos previamente, dejando a un lado por tanto cualquier diferencia en cuanto a recursos materiales o económicos se refiere pero también cualquier diferencia natural e innata (valga la redundancia). Y es que, le pese a quien le pese, la naturaleza nos confiere a cada uno dones distintos. Curiosamente, algunos llaman a esto: “injusta naturaleza”.

Segundo punto: “La educación tendrá por objeto el pleno desarrollo de la personalidad humana y el fortalecimiento del respeto a los derechos humanos y a las libertades fundamentales”: pese a que sólo definir el “pleno desarrollo de la personalidad humana” daría para dos mil años de pensamiento humano (¿o serían ciento cincuenta mil?), cabe resaltar el “iuricentrismo” de la declaración. Una buena educación será aquella que además defienda a capa y espada esto que yo como “pedagogo” vengo criticando sin piedad ya desde hace tiempo (qué paradojas de la vida…). “… favorecerá la comprensión, la tolerancia y la amistad entre todas las naciones y todos los grupos étnicos o religiosos, y promoverá el desarrollo de las actividades de las Naciones Unidas para el mantenimiento de la paz”: aquí tira directamente de “corporativismo”, todo un alarde de “sindicalismo” vertical.

Tercer punto: “Los padres tendrán derecho preferente a escoger el tipo de educación que habrá de darse a sus hijos.”: este fragmento es el mejor. No sólo por haber sido situado en tercer lugar cuando en mi opinión debería de haber estado en el primero, o como mucho en el segundo (tras la definición de educación que fue puesta en segunda lugar de hecho…), sino porque además, pretender legitimar este derecho en su concepción más “instructiva” y positivista es, más que utópico, imposible diría yo. Y mucho más observando la actual interpretación de este apartado dentro de nuestro territorio… Habría que cambiar la frase de este artículo por: “los padres tendrán derecho preferente a escoger... un centro de enseñanza en la misma manzana donde residan y/o trabajen”; pero también, por supuesto, a exigir que le “eduquen al niño”, que ellos como todos ya saben no tienen tiempo y además... para eso pagan ya sus impuestos, ¿verdad?

Conclusión: el derecho a la educación es un claro ejemplo de conflicto o colisión de derechos, y además fundamentales.

¿Mi propuesta? A día de hoy, aunque “arriesgada” , es la siguiente:

1. Llamar a las cosas por su nombre: educar no es instruir, es mucho más y no me cansaré de repetirlo.

2. Asegurar unos mismos y claros derechos (negativos) para todos, no sujetos a interpretación de las partes (esto incluye a las Naciones Unidas)

3.Que cada individuo y/o institución (incluidas por supuesto las educativas) luchen con ahínco por aquello en lo que creen.


César.

12 de noviembre de 2008

Marx educador


“De cada uno según su capacidad, a cada uno según su necesidad”


¿Por qué pretender llevar esta frase a la práctica implica mentir y coaccionar?

Axiomas en los que me basaré:

1. La naturaleza humana es competitiva y primordialmente egoísta. El altruismo, por regla general, es minoritario cuando no inexistente. (Dedicaré en un futuro próximo un post enterito a tratar el paradigma altruista por lo que obviaré peligrosamente la necesidad de demostrar ésto.)

2. Las necesidades son en gran medida subjetivas. Todos compartimos una serie de necesidades biológicas, pero fuera de eso, la importancia otorgada a una u otra cosa (ya sean afectos, bienes o estilos de vida) varía en función del individuo, aunque no negaré por otra parte la existencia de marcadas influencias culturales en aquello que una determinada población como conjunto percibe como valioso y/o necesario.

Una vez aceptado esto (discutible y discutido faltaría más), paso a enumerar los defectos de forma en los que incurre la aplicación de la frase:

1. Concretar qué, o incluso quién, es o no, necesario.

2. Conseguir los recursos necesarios para responder a las necesidades previamente establecidas.

3. Conseguir repartir y administrar en su justa medida lo establecido y “recolectado” en el anterior punto.

En definitiva, hablaríamos de los problemas de llevar a cabo la planificación, recolección y posterior distribución eficaz de los recursos.


Creo que cualquier persona es capaz de entender, deteniéndose un minuto a analizar estos tres puntos, que su resolución es, si no imposible, muy difícil de conseguir. Pero, como alumno de pedagogía que soy, por qué no confiar en lo dado, lo ambiental, lo cultural, lo instructivo... para así conseguir, no sólo que todos crean que es bueno, justo y correcto el que se sacie por sistema las necesidades de los demás, sino también: permitir la ejecución satisfactoria y eficaz de los tres pasos descritos anteriormente. Y es aquí donde surge el mayor de los problemas.

1. La coacción:

El que yo necesite algo, no implica el que ese “algo” exista o ni tan siquiera deba existir. Ejemplo: el llanto de un recién nacido expresa malestar y por tanto necesidad de determinados cuidados pero por mucho que el niño llore, sin sus padres o cuidadores cerca, poco o más bien nada obtendrá a cambio de sus llantos. Y esto que parece una nimiedad es, si me apuran, trágico cuando uno ve cómo determinadas necesidades o bienes han pasado del SON necesarios o valiosos, al DEBEN SER saciados o proporcionados aunque ello implique coaccionar a terceras personas.

¿Cómo redistribuyo algo que no existe todavía (cuantitativa o cualitativamente hablando)? Esperando a que exista. ¿Y si esto no fuera aceptable? Obligando a alguien a que lo construya, invente, consiga, multiplique... ¿Cómo consigo redistribuir algo que no he creado yo mismo? Convenciendo a la otra persona de que es bueno que lo haga. ¿Y si sigue negándose? Obligándolo o coaccionándolo.

¿Cómo entonces partiendo del hecho de que la especie Homo Sapiens es egoísta en su búsqueda por saciar su instinto de conservación y reproducción, conseguiremos que un ser humano redistribuya o done aquello que posee o ha creado a título individual? Convenciéndole, obligándole o coaccionándole, indistintamente.

Los educadores en su afán por ayudar a aquellos que necesitan de su ayuda, llegan a confundir necesidades y realidad, por lo que acaban consciente o inconscientemente mintiendo (segunda de mis críticas), ¿por qué?

2. La mentira.

Veamos: ¿Educar es conseguir que alguien sea libre y responsable, o inculcar sesgadamente todas aquellas doctrinas, valores o pensamientos en los que uno como educador cree? A más de uno se le debería caer la cara de vergüenza cuando asegurando estar educando no hace más que adoctrinar. ¿No es la libertad, la capacidad para elegir, y responsabilidad, la de reconocer y aceptar las consecuencias de nuestras elecciones? Ayudando a los pobres existenciales (educandos) parece que el docente acepta y supone que es implícito el que la necesidad de los demás (alumnos, discentes o educandos) sea su razón de ser como educador, y algo así debe pasar con el resto de la humanidad, deben pensar... Pero la realidad es bien distinta. Pese a los esfuerzos de los educadores, o quizás gracias a ellos, la humanidad sigue siendo competitiva, anhelando las personas cumplir objetivos que muchas veces no son ni compatibles con las intenciones o deseos de terceros. ¿Es la realidad entonces un ejemplo de maldad absoluta? Según la frase que da pie al post, aparentemente sí, ya que concibe las necesidades personales como fuente de exigencias o más bien de derecho (educación, vivienda digna, trabajo digno, ocio etc.). Todo lo que implicara no saciar o cubrir estas necesidades sería malo y debería ser entonces subsanado, pero un momento, si esto no fuera posible por medio de la Educación: ¿A través de qué podría conseguirse? Pues del mayor engendro coactivo jamás inventado por el hombre: el Estado.

Hemos visto por tanto que llevar a la práctica esa frase implicaría: primero, ser sabio u omnisciente si me apuran; y segundo: educar y si hiciera falta (y la experiencia más directa nos demuestra que así es): obligar, coaccionar o arrebatar.

Ayudar a los demás es producto de nuestra capacidad para elegir libremente, y por tanto es algo inherente a nuestra libertad como animales racionales que somos. ¿Y obligar a otros ayudar a los demás, qué es? De nuevo un uso de nuestra libertad, pero a diferencia del anterior supuesto, éste supondría una imposición de facto a un tercero que vería sí o sí vulnerada su también inherente condición de ser humano (racional y libre).

Exijo pues a todos aquellos docentes universitarios que fundamentan su concepción educativa en la frase que da pie al artículo (con todo lo que ello conlleva), que a partir de hoy mismo dejen de afirmar que educan en pos de la libertad y responsabilidad del educando, sino más bien para la igualdad y la resignación, que parece ser que no es lo mismo.


César.

7 de noviembre de 2008

El dinero lo es todo (3ª parte)


Concluí en la segunda parte que el Estado "educador" es dos cosas: ineficiente y eficaz (términos no contradictorios). Ineficiente por lo mal que desde su planificación central emplea nuestros recursos; y eficaz por cómo consigue -pese a algunos contratiempos- imponer a la larga su visión (sea acertada o no) de qué debe ser el hombre y/o ciudadano.

Y esto es así gracias a una única y sencilla razón que ya mencionamos con anterioridad: la educación es un derecho pasado a obligación. Es decir, la instrucción evolucionó así como por “arte de magia” del ES (“buena”) al DEBE SER (...“todo el mundo instruido”). El caso es que yo por mi parte y desde mi "molesta" opinión, como dice un simpático profesor de la facultad, negaré en rotundo el que la instrucción pueda y deba ser un derecho y aún menos una obligación para así poder analizar seguida y asépticamente qué ocurriría si la enseñanza dejara de ser un bien público y pasara a convertirse en un bien privado, como los televisores por ejemplo.

¿Qué “desalentador” panorama nos aguardaría tras este "ultraje" a los Derechos Humanos? Intentaré exponer muy brevemente pros y contras:

Contras:

- Desigual enseñanza y por tanto educación en función de la riqueza familiar.


Pros:

- Más dinero en el bolsillo del contribuyente a gastar en lo que más le interese (como en enseñanza privada por ejemplo, por qué no...)

- Casi absoluta eficiencia a largo plazo en cuanto a utilización de recursos educativos se refiere.

- Posibilidad de acceso al mundo laboral, también llamado “real”, en el momento en que uno lo considere apropiado.

- Enriquecimiento-diversificación de la oferta instructiva y por tanto: elaboración y fomento de nuevas formas de creatividad, conocimiento etc.


Huelga decir que los pros pasan a ser contras cuando uno tiene poca o ninguna opción de elegir
por falta o escasez de recursos pero también, y esto es importante, cuando esa misma persona -y por la razón que sea- yerra en la elección ya sea del tipo de estudios, centro, duración etc. Libertad de elegir implica libertad de acertar pero también de equivocarse.

Cierro el dinero lo es todo concluyendo que si el mercado de la enseñanza fuera en efecto como el de los televisores, ocurriría entonces que los fabricantes (educadores) se matarían -metafóricamente hablando- por ofrecer la mejor calidad al mejor precio, lo que a medio y largo plazo se traduciría por más y mejores ofertas educativas a menor precio (más competitivo). La abolición de leyes reglamentarias educativas propiciaría, además de la diversificación y especialización, la experimentación, condición estríctamente necesaria para que pueda darse el progreso en cualquier ámbito científico, no sólo el pedagógico. Y siendo yo el primero que entiende y asume que no todos podemos, ni podremos aunque nos lo propongamos, permitirnos un televisor de plasma de cincuenta pulgadas, quién sabe hasta qué punto la gente podría empezar, no sólo a pagar grandes sumas de dinero, sino a hacer importantes sacrificios en pos de una escolaridad privada de calidad, si llegaran a
aceptar y comprender lo que realmente cuesta (económicamente) e implica (humanísticamente) la enseñanza y por ende, la educación.

La ciencia económica demuestra por tanto que el libre mercado en un contexto altamente competitivo favorece tanto cuantitativa como cualitativamente al mayor número de personas pero, ¿qué ocurre entonces con aquellos sujetos que quedan fuera del mercado? Emplazo la respuesta a vuestras posibles réplicas y a un futuro post acerca de la solidaridad y el altruismo.

César.

30 de octubre de 2008

El dinero lo es todo (2ª parte)


Concluí en el anterior post que el problema de la “educación” hoy día es que no cuesta lo que realmente vale. Pues bien, para poder afirmar tal cosa me va a hacer falta definir: primero qué es educación y segundo qué entendemos por “valor” de algo para poder concluir en un tercer momento que -dentro del contexto socialdemócrata actual- podemos afirmar sin miedo a equivocarnos que la “educación” no cuesta lo que vale, que de hecho cuesta -aparentemente- muchísimo menos de lo que realmente vale y que por ende, la ineficiencia del sistema perjudica tanto a los consumidores (padres, niños o educandos en general) como a los potenciales ofertantes (directores, docentes, educadores en general).

1. ¿Qué es educación, o mejor dicho, qué es educar?

Pese a que parece que existe una ciencia de la educación (Pedagogía) la cosa no está tan claro ya que no hay consenso entre autores y/o corrientes acerca de qué es exactamente educación y qué no lo es, y aunque estas discrepancias afectarían sobre todo a cuestiones quizás más secundarias (sólo quizás...) nos da una idea de hasta qué punto la pretensión científica educativa dista mucho de ser perfecta.

Yo humildemente, tomaré prestada la concepción de Fritz März ya que es la que más me convence: educar sería esa “ayuda de una persona madura hacia otra persona en su pobreza esencial con la intención de llevar al otro hacia su propia responsabilidad”; de lo que subyacen las principales características del hecho educativo: la interpersonalidad, la intencionalidad, la moralidad como vía para alcanzar la libertad y como dice März, el amor. No en vano, es sorprendente hasta qué punto los propios “expertos” en educación o docentes de la facultad de educación (en mi caso) son capaces de “desvirtuar” o “popularizar” el concepto de Educación (clave en nuestro campo) hasta llegar incluso a utilizar educar como sinónimo de enseñar (si no de influir sencillamente en alguien) cuando en realidad la enseñanza-aprendizaje es objeto de otra ciencia, la Didáctica y la influencia es propio de... cualquiera.

Y es que no salgo de mi asombro cuando tiene que ser de un economista –Murray Rothbard- que lea: “la clase media que rinde culto a la escuela es víctima de una falacia crucial, a saber, confunde la instrucción formal con la educación en general. La educación es un proceso de aprendizaje que dura toda la vida y que no sólo tiene lugar en la escuela, sino también en todas las demás áreas.” Rothbard congeniaría con un buen profesor que tuve el año pasado que siempre nos decía: “la instrucción o enseñanza es importante, de hecho es el medio educativo más importante de la Educación, pero no es la Educación en sí misma”. Parece que a muchos se les olvida esto.

Queda por tanto demostrado que enseñar no es educar (educar es muchísimo más) y que la escuela aunque además de enseñar educa, no es ni debe ser la única que lo haga.

2. ¿Qué cuesta y qué vale una cosa?

Pese a que este tema ya lo tratamos en la “falacia física del valor”, quisiera recordar que desde la perspectiva económico-científica hablaríamos de valor subjetivo por una parte y de coste objetivo para el consumidor por otra (coste como sinónimo de precio en este caso). Es decir, que según la ley de la oferta y la demanda existiría un equilibrio donde el precio ha alcanzado un nivel en que la cantidad ofertada y la demandada se igualan, o lo que es lo mismo, que existe un precio (de facto) que tanto yo -como demandante- como el empresario -como ofertante- estamos dispuestos a asumir.

Si algo nos enseña la propia vida es que el valor de algo no depende ni de su coste de producción ni de lo que diga su etiqueta o código de barras. Factores como la escasez, el gusto o las expectativas afectan consciente o inconscientemente a nuestra percepción del valor de las cosas: un regalo de nuestra infancia puede tener para nosotros un valor incalculable y para el resto de mortales no ser más que un peluche de felpa corroído y andrajoso por el que no darían “ni un duro”. Es por ello que se hace imprescindible diferenciar el valor (subjetivamente estimado) de una cosa del precio (en el mercado) de ésta.

3. El Estado planificador.

Si observamos cómo está establecido nuestro sistema educativo, nos damos cuenta de que algo muy “gordo” pasa: el precio no lo ajusta libremente el mercado atendiendo a la ley de la oferta y la demanda, lo fija el Estado, y además fija uno muy concreto: cero. Pero no caigamos en el error de la aparente “gratuidad” de las cosas no... Que no paguemos a la entrada del colegio o al final del trimestre una suma de dinero al director del centro pertinente no significa que la enseñanza de nuestros hijos sea gratuita, significa que el Estado, muy previsor él, se ha cobrado vía impuestos directos (renta) como indirectos (I.V.A. por ejemplo) el coste de ésta. Pero el problema no es que el Estado fije el precio (ya que podría ocurrir que este precio fuera -por pura casualidad o capacidad de los tecnócratas- similar al auténtico precio de equilibrio de mercado) sino que fija un precio en base a una demanda que desconoce. Y al tratarse la “educación” –más bien instrucción- de un derecho recogido en la constitución (pasado a auténtica y en ocasiones nefasta obligación por mera costumbre) lo que no puede hacer el Estado es dejar a nadie sin ésta, por lo que dentro de su planificación “a ciegas”, prevé exceso de oferta, “por si acaso” claro... Pero la cosa no queda ahí, el planificador tendrá que decidir además de todo lo referente a lo cuantitativo y logístico (número de centros, plazas, distribución de éstas etc.), lo cualitativo, es decir: tipo de enseñanza, contenidos, objetivos etc. En definitiva, determinará tecnocráticamente qué debe ser la enseñanza en base a una única y propia concepción de qué es la educación -si bien disponen de un muy concreto margen de maniobra "diferenciadora"- y por tanto de qué es el hombre (o en nuestro caso el ciudadano). Se trata en definitiva de un modelo educativo completamente ineficiente en lo económico y adoleciente de aspiraciones totalitarias en lo humano por su contrastable incapacidad para concebir, amparar y ofertar modelos educativos a la exacta medida del consumidor, sea éste educando o discente.

Cerraré el tema (a falta de analizar en una tercera y última parte qué papel desempeñaría la iniciativa privada en todo esto) con una cita del profesor E. G. West: “Proteger a un niño contra el hambre y la desnutrición probablemente es tan importante como preservarlo de la ignorancia. Sin embargo, es difícil concebir que un gobierno, deseoso de procurar a los niños los niveles mínimos de alimentación y vestimenta, promulgara leyes de alimentación obligatoria y universal, o instrumentara un aumento de impuestos o de aranceles para proveerles alimento “gratuito” en cocinas o establecimientos de propiedad de las autoridades locales. Y es aún más difícil imaginar que la mayoría de las personas aceptaría este sistema sin cuestionamientos [...]”


César